Monday, June 12, 2006

GRIZZLY MAN




¿Cómo empiezo a escribir sobre una película que me afectó tan profundamente que en varios días, simplemente, no he podido dejar de pensar en ella? ¿Cómo comienzo a hablar de una experiencia que me hizo ver adentro de mi alma de formas que solo las grandes películas y las verdaderamente grandes obras de arte llegan a hacerlo?

El cine (y la música) es usualmente el arte relegado a los confines del entretenimiento masivo, como si se tratara de una actividad estúpida con la cual uno pasa el tiempo para no hacer cosas más interesantes o provechosas. Y con la mayoría de las películas, ese es el caso. Pero de vez en cuando una obra llega, y simplemente embona contigo, con tus sentimientos, tus preguntas, y tus reflexiones acerca de las cuestiones más básicas que tenemos como seres humanos: nuestro lugar en el mundo, en la naturaleza, nuestro instinto, las cualidades inherentes que nos hacen ser humanos y no algo más, o algo menos. El cine me ha dado esas experiencias trascendentales ocasionalmente, con sus realidades alteradas y sus metáforas y visiones sobre el interior y el exterior del ser humano. Algunas películas rebasan su condición de entretenimiento y realmente se convierten en un espejo, y en toda su belleza, banalidad, profundidad y horror me he visto reflejado, muchas veces (las mejores) me he quedado al final de una película con más preguntas que respuestas.

Después de ver GRIZZLY MAN (Werner Herzog, 2005), me di cuenta que la esperé con ansias y la renté y la vi por las razones equivocadas y terminé completamente rockeado por ella por las razones correctas. GRIZZLY MAN es un documental realizado con material grabado por Timothy Treadwell, un ex actor americano que pasó 13 veranos de su vida viviendo en una zona remota de la península de Alaska convencido de que tenía un don divino que le permitía comunicarse y darse a entender con los osos grizzly y los animales salvajes de la zona. Hizo esto todo ese tiempo sin portar armas y mayormente en la completa soledad, hasta un buen día en el 2003 en que uno de esos osos decidió que tenía hambre y se lo comió a él y a su novia, quien lo acompañaba en el viaje. Durante los últimos años previos a su muerte, llevó consigo una cámara de video, de cuyas grabaciones se compone mayormente esta película.

La cinta es dirigida por Werner Herzog, uno de los cineastas más interesantes de los últimos 25 años. Nacido en Alemania, Herzog se robó la cámara de su escuela de cine y con ella hizo sus primeras tres películas, algunas de ellas con el actor Klaus Kinski, a quien conocidos han definido como “una fuerza de la naturaleza”. Herzog ha usado el cine, y sus películas de ficción para hablar de su tema favorito: hombres que desafían a la naturaleza porque se sienten por encima de sus leyes. Él mismo, de hecho, parece ser uno de esos hombres. Ha filmado en la selva amazónica y en los andes peruanos en condiciones extremas en las que sus actores y su equipo han estado en verdadero peligro de muerte. La ironía que cubre sus películas es que los personajes centrales, empecinados en vencer a la naturaleza, en ser más poderosos que ella y en conquistarla, nunca parecen notar la indiferencia de la misma hacia ellos, que continúa su curso sin inmutarse, sin jamás saber o tener conciencia de la locura a su alrededor.

Cuando supe que Werner Herzog iba a estrenar un documental sobre Timothy Treadwell, honestamente, no podía esperar a verlo. Saboreaba más los momentos irónicos en los que Treadwell iba a ser ridiculizado por sus extrañas posturas mientras Herzog lo exponía. Había visto algunas de las grabaciones de Treadwell, y sabía lo que me esperaba.

Timothy Treadwell se lanzó a Alaska y comenzó a vivir más cerca de los osos Grizzly, hasta donde sabemos, que cualquier otro ser humano en la historia de este planeta. Sus grabaciones, como Herzog hace notar en su narración, contienen imágenes de extraordinaria belleza y única cercanía. Imágenes que los documentalistas que se acatan a las leyes nunca podrían lograr, como de un zorro salvaje persiguiendo a Treadwell en la maleza.

Fue ahí convencido de que su presencia en esa zona era necesaria para la supervivencia de los osos, y de que iba a hacer todo lo posible por ayudarlos aunque le costara la vida. Fundó la asociación Grizzly People y a través de sus grabaciones se convirtió en una especie de celebridad que aparecía en shows matutinos e iba a las escuelas a educar a los niños sobre los osos. Con su cámara, intentaba mostrar a los osos en su habitat natural.

Pero en sus grabaciones yace una historia más interesante aún. Treadwell, al pasar tanto tiempo solo en el bosque, comienza a grabar su propia película, con él como el personaje central, y utiliza la cámara como un confesionario, donde sale a flote una personalidad desbalanceada, que progresivamente deja de sentirse parte del mundo humano y decide que prefiere vivir como un oso.

Herzog investiga y poco a poco comenzamos a entender cada vez más, y menos, las razones que llevan a Treadwell a semejante lugar y en semejantes circunstancias. De nadador estrella a alcohólico, y de actor fracasado a defensor de los animales, sus videos parecen rebelar que todas sus aventuras, riesgos, peleas y misiones divinas tienen más que ver con sus propios demonios que con los osos, quienes a veces lo observan con curiosidad cuando se acerca tanto a ellos que uno se pregunta por qué no se lo comieron antes.

Timothy Treadwell se ve a sí mismo como un ser especial. Un humano que ha logrado encontrar la manera de sobrevivir sin armas en medio de los animales más peligrosos del planeta. Cree que está ahí para protegerlos, y a medida que pasa el tiempo se convence más y más de que él, y sólo él puede protegerlos propiamente. Y de alguna manera, comienza a convencerse de algo que a mi siempre me ha parecido extraño y difícil de digerir: la idea de que los humanos somos horribles y la naturaleza es este hermoso mundo equilibrado donde todo es bueno y nada malo pasa. He conocido mucha gente que me ha dicho cosas así. Alguien una vez me dijo que los animales son mucho más inteligentes que el hombre, que tienen una inteligencia innata que los hace respetar ciclos naturales y no afectar la forma en que el mundo se desarrolla. Y aunque en una forma tiene sentido, en otra, simplemente, suena como fantasía ecologista sin fundamento. Treadwell habla y habla en sus grabaciones, acaricia a los animales como si fueran sus mascotas, les dice que los ama como si se lo dijera sus hijos, despotrica contra el gobierno por no hacer el trabajo suficiente para protegerlos; pero cuando se topa con un cachorro de oso asesinado por otro oso mayor, no tiene nada qué decir: “simplemente no lo entiendo”. Al enfrentarse con la dura realidad de la naturaleza, su visión sentimental no encuentra palabras y prefiere el silencio.

En ese sentido Herzog es un maestro al contraponerse a Treadwell como el narrador del documental, y expresar sus puntos de vista: “para mí”; dice Herzog, “la esencia de la naturaleza es el caos, el horror y la muerte”.

Treadwell es tan extravagante, con su corte de pelo principe valiente, su amaneramiento casi femenino y su obsesión consigo mismo como salvador de los osos, que es presa fácil de la burla. Es fácil decir: “este hombre está loco”. Uno lo ve a un metro de un oso de tres metros de altura, y decirle “te amo” cuando este le gruñe, que lo más simple es descartarlo como un demente. Pero hay algo casi mágico en su necedad, y una de las cosas más chidas de la película radica en el reconocimiento de esa tenacidad como suficiente razón como para darle el beneficio de la duda. Herzog no ve en los osos más lo que el llama “la abrumadora indiferencia de la naturaleza, y un interés medio aburrido en la comida”, pero Treadwell ve la salvación, sus sueños, sus esperanzas.

En un momento en la película, después de semanas de sequía, los osos comienzan a comerse unos a otros, y Treadwell, desesperado, se graba a sí mismo pidiéndole a Dios que llueva, aunque admite no ser una persona religiosa. Y fue ahí donde me di cuenta que si Treadwell es un loco, entonces todos somos locos. Porque, ¿quién no ha hecho eso en un momento de desesperación? Todos los humanos vivimos encerrados en nuestras capsulitas, en nuestros mundos. Todos reducimos la complejidad de la vida a problemas simples y solucionables. Todos, en el momento de la verdad, aunque no creamos en nada, esperamos que las cosas salgan como queremos, y que lo que nos importa se realice. Algunos rezan por sus familiares, otros por sus trabajos, otros por lana que necesitan, otros por que no haya guerra en su ciudad. Treadwell, un ejemplo extremo de un ser humano que no quiere serlo, no puede evitar tener la reacción más humana, de pedir a fuerzas desconocidas que lo ayuden en su causa.

Al final, no sé que pensar de Timothy Treadwell ni de su historia. El documental abarca tantas cuestiones y cubre tanto suelo que lo más que he podido hacer en días es seguir pensando sin concluir realmente nada. Es trágico lo que le sucedió, porque obviamente era un ser humano incapaz de conectar con los otros seres humanos. ¿Pero quién sí lo es?

La película es magistral en su ilustración de un hombre en una situación extrema. En ese y en muchos otros sentidos, es la cinta más fascinante que he visto este año.

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