Tuesday, June 27, 2006

BECK IN DALLAS


Ir a Dallas, TX es como despertar un día en una versión más limpia y adinerada de Monterrey. Las diferencias son superficiales. Pero la esencia se mantiene intacta. Como regiomontano, no te sientes realmente extraño en Dallas, si acaso te sientes como el chico nuevo del colegio. A lo que voy es que Dallas es la calurosamente fría, corporativa y carente de alma ciudad que imagina el consciente colectivo. Había estado al menos cinco veces en Dallas antes y nunca había salido del aeropuerto. En esta ocasión, con el concierto de Beck como pretexto, tuve chance de ver un poco de la tierra de Bush, específicamente del centro, en la zona más fresa. Debo decir que nunca supe lo acertado del retrato que Robert Altman hace de los ricos de Dallas en DR. T & THE WOMEN hasta la semana pasada. Al parecer, lo que yo pensaba eran brochazos de comedia burda es sátira al punto. No existen lugares sin clima artificial. Las mujeres de todas las edades tienen senos enormes y perros pequeños. Calles enteras no cuentan con teléfonos públicos, porque nadie alrededor los necesita. No sientes la más mínima vibra de interés en algo que no sea banal como música clásica, teatro, o cualquier tipo de arte o movimiento social. La verdad, es un poco aterrador.

En lo que sí difiere Dallas, y en general la gente gringa de los regios es en la costumbre de ser platicadores y amables hasta en el intercambio verbal más cotidiano. Incluso cuando te tratan mal son buena onda. Es una característica de los gringos que puedes escuchar sus conversaciones desde lejos, y que te desean un buen día básicamente como parte esencial de la plática. Eso, por más automático que pueda ser, es chido.



Now Beck. Ser un fan de Beck en México puede ser un poco solitario. No es una estrella ni siquiera en los niveles de Radiohead. No es lo suficientemente comercial para ser popular masivamente, ni es tan flashy como para ser trendy o considerársele avant garde y atraer al crowd de Björk, por poner un ejemplo...Su accesibilidad disfraza lo idiosincrático de su trip. De todos modos, conmigo ha conectado profundamente. Supongo que no puedo resistir a un artista que mezcla géneros y estilos constantemente, pero es más aún difícil para mí, resistir a uno que en sus letras va de lo gracioso y surreal a lo oscuro, y específicamente en Güero, su último disco, más que ir de un extremo a otro, los unifica.

La realidad de las cosas es que no pude conseguir una persona que tuviera el tiempo, el dinero y la disposición para ir conmigo al concierto y me lancé yo solo. Y es raro definitivamente ir a ver a Beck en un teatro donde al menos el 50% de los asistentes son hardcore fans. Es como ser la abejita del video de Blind Melon (No Rain) y llegar al jardín donde están todas las otras abejitas.

El concierto fue lo que esperaba. No llegó a los niveles megaorgásmicos de aquel de Radiohead en Houston, pero definitivamente hay pocos artistas como Beck, que puedan armar un toquin de popurris de siete minutos con rolas que abarcan más de una década de carrera y mantener al público bailando y aplaudiendo en todas. Casi se sentía como si estuviera presumiendo: “So yeah, I have tons of great songs”. Y pocos también, que a medio concierto agarren una guitarra acústica y se pongan a tocar rolitas suaves por tanto tiempo que el resto de la banda se siente en una mesa a comerse un sándwich, solo para que unos minutos más tarde, le acompañen en “Golden Age” usando los cubiertos y platos como percusiones. Finalmente, debo mencionar, probablemente era de esperarse de Beck que un momento del concierto deje en su lugar a un grupo de marionetas tocando “Loser”. Mi momento favorito: “Tropicalia”.

Fue al terminar el concierto y pedir un ride que conocí el lado más siglo XXI de Dallas, en la zona gay fresa del downtown. Yo he estado en zonas gay, pero nunca había sentido tanto poder económico de una minoría en una sola calle repleta de antros, bares, restaurantes y hombres gay. Todos con la ropa más cool y el aspecto más limpio y trendy. Cero gordos. Primer mundo.

Tristemente mi estancia en Dallas no me dio para más y tuve que regresar al otro lado del espejo, mientras en el avión escuchaba a los mexicanos platicar acerca de lo chido que era que hubiéramos pasado de panzaso a octavos de final. Viva México.

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