DJ SCORSESE

Mean Streets (1972)
Su primer película, Boxcar Bertha, tiene muy poco que ver con el Scorsese que vino después. Cuando la terminó, tras mostrársela a John Cassavettes (su mentor y amigo) éste le dijo sin chistar: “acabas de desperdiciar un año de tu vida haciendo un pedazo de mierda”. Scorsese tomó nota, y dedicó todos sus esfuerzos a realizar entonces un trabajo más personal: “Who’s that Knocking at My Door?”. Como sólo la he visto una vez, no recuerdo bien momentos musicales que me hayan gustado, pero sí recuerdo de su primera obra maestra, Mean Streets, que comienza con un texto clásicamente Scorsesiano sobre la penitencia de la culpa en las calles, y la película inicia con el boom de la rola “Be my Baby” de The Ronettes. Cualquiera que haya visto la película una sola vez recuerda la canción, pues es una unión extraña pero efectiva de rock and roll y créditos iniciales.

Los soundtracks de Taxi Driver y Alicia ya no Vive Aquí tienen su partitura original, pero en Raging Bull, película que Scorsese realizó tras una fuerte crisis de salud que casi lo mata, según sus palabras, puso “todo lo que sabía de cine”. El resultado es una de las grandes películas de la historia, y en ella, decenas de hits de los 40’s y 50’s poblaron la vida de los personajes. Sin embargo, es su uso del Intermezzo de la Cavalleria Rusticana de Mascagni, tanto en los créditos iniciales como en una larga toma a la mitad de la película, el que quedó para la historia. El protagonista Jake la Motta, en la cúspide de su carrera como boxeador, se prepara para salir al ring, y la cámara lo sigue sin cortar desde su cuarto de entrenamiento, pasando por los pasillos de la arena, a las gradas, hasta que se sube al cuadrilátero, dándole al momento el peso emocional y casi celestial que tiene para el personaje, tal vez el único momento de total felicidad que se le permite en toda la película.

No tengo clara en la memoria After Hours, su película casi independiente de 1986, pero sé que ni King of Comedy ni La Última Tentación de Cristo, con sus partituras originales, incumben en este recuento. GoodFellas, otra de sus obras maestras, un ejercicio completo de virtuosismo cinematográfico, tiene muchos momentos musicalmente extraordinarios. La cinta cuenta con casi cien tracks de los 60’s, 70’s y 80’s, y muchos de ellos son usados de formas increíbles.
Desde la primera escena, en la que el protagonista Henry Hill dice su línea introductoria (“desde que tengo memoria, siempre quise ser un gangster”) e inicia “Rags to Riches” de Tony Bennet, la película se inyecta de una energía exorbitante que nunca para, y la canción sirve también para expresar el sentimiento nostálgico que tiene su narración, como de estar viendo hacia atrás a una época de reyes.
Luego viene “Then He Kissed Me” de The Crystals, utilizada en la hoy icónica toma conocida como “the Copa shot”, ese momento genial en el que con el uso de un steadicam (una invención nueva en la época), la cámara sigue a Henry y su novia mientras bajan de su auto, entran al Copacabana por la puerta de servicio, pasan por la cocina, y terminan en el salón en una mesa privada frente al comediante en turno. La escena, perfectamente orquestada y realizada, enfatiza el punto de vista de Karen, la mujer que acompañará a Hill por el resto de la película, mientras literalmente “entra” en su mundo, y la canción resalta la sensación de glamour y romance que para ella representaba entrar en él.
Cuando más tarde en la pelicula, Henry deja de vivir el idílico romance con su esposa y se distrae con una y otra novia, la secuencia en la que esto se ilustra va acompañada de “Pretend you Don’t See Her”, interpretada por Jerry Vale, poniendo en primer plano los sentimientos verdaderos de Henry hacia Karen, a pesar de sus acciones. Es un momento muy bello y sutil en medio de una cinta mayormente violenta.


Y nada como la toma final, con Henry Hill refiriéndose a la vida típica del ciudadano americano, con su casa de rejas blancas y su periódico por las mañanas como “vivir como un imbécil” mientras el soundtrack suena con una versión del clásico de Sinatra “My Way”, interpretado por Sid Vicious.

Casino es básicamente GoodFellas a la décima potencia. Todo es más, más, más. La filosofía era que una película sobre excesos tenía que ser excesiva. Exceso de puntos de vista, exceso de luces, exceso de drogas, exceso de música. Y no me extrañaría que la película tuviera más de cien canciones en el soundtrack. Es difícil elegir, pero hay varios que sobresalen.
En primera instancia, uno de mis momentos favoritos del cine. Sharon Stone, en su papel de Ginger, la puta que enamora a Robert De Niro, ha sido cachada con las manos en la masa robándole a su amante en turno, y para salir del problema, tira las fichas del casino por todos lados, provocando un caos, todo esto mientras es observada por Sam (Robert De Niro) al ritmo de “Slippin and Slidin”, de Little Richard. Cuando Sam se acerca, sus miradas se cruzan, el cuadro con Ginger se congela, la canción es abruptamente interrumpida y comienza “Love is Strange”, por Mickey y Sylvia, dejando en claro en solo un segundo que Sam se ha enamorado de ella para siempre, y que a partir de ahí, la película se va a centrar en gran medida en su relación.
Jeff Beck y Rod Stewart (cuando aun rockeaba) interpretan “I ain’t superstitious”, tremenda rola prendida, en una secuencia genial en la que Sam observa lentamente como dos tramposos intentan robarle al casino por medio de claves transmitidas por aparatitos escondidos entre sus ropas. La música sube de volumen y es por medio de los movimientos de cámara que el sentir de Sam y la mecánica de la tranza se ilustra, mientras la intensidad de la secuencia sube con el sonido de la música.

Casino tiene muchos otros momentos musicales chingones, y la película en general, que en su momento fue recibida tibiamente por la crítica, ha ganado estatura con los años y seguramente lo seguirá haciendo en el futuro, por la simple razón que es una súper película que, en mi opinión, mejor que ninguna otra, ilustra las capacidades completas de Scorsese como cineasta.

Lo mismo seguramente sucederá con El Aviador (The Aviator), que por lo menos desde mi perspectiva es mejor y más compleja que Los Infiltrados (The Departed). Esta suerte de versión Scorsesiana de Citizen Kane sufrió en su estreno de lucir demasiado bien, y de disfrazarse demasiado bien de película biográfica estándar, aunque debajo de su cubierta pastel yace una dura condena del capitalismo occidental contemporáneo y un estudio de personaje excelentemente ilustrado.
El Aviador contó con una partitura original compuesta por Howard Shore y con un soundtrack de hits de los 20’s, 30’s y 40’s, que ayudan a crear algunos de sus momentos más logrados. El primero viene con una versión contemporánea de “I’ll build a stairway to Paradise”, interpretada por Rufus Sewell, que Scorsese usa en una de las primeras escenas de Howard Hughes echando la fiesta en el club Copacabana de Hollywood. La escena, en la que el personaje primero le pide a Louis B. Meyer cámaras prestadas para terminar su película Hell’s Angels (y que le son negadas con burla), y en la que luego le exige a su agente de prensa que se las consiga “robadas si es necesario”, cuenta con la canción cuyo título se explica solo para reforzar el retrato de Hughes como un ser ambicioso e imparable ante cualquier obstáculo.
Uno de los momentos más cool de El Aviador, llega en otra escena en el Copacabana y que siempre que la vi en el cine obtuvo gran respuesta del público. Hughes y Katherine Hepburn cenan en el club mientras la orquesta toca y la gente baila. Scorsese ha expresado su admiración por el cine de Fellini, una de sus grandes influencias, y particularmente de su capacidad para ser juguetón, como por ejemplo, en I Vitelloni, donde en un momento determinado, mientras los personajes platican en la calle, la película se detiene para que uno de ellos comience a bailar mambo. Aquí, sucede algo parecido cuando, sin ninguna motivación narrativa, la escena es interrumpida para que la orquesta cante el coro de la rola en turno, “Happy Feet”, con una toma de los cantantes sonriendo que siempre hizo reír a la audiencia con la que me tocó ver la película. Habría que verla para entender lo chido que está ese momento.
“Moonglow”, de Glen Miller, es la canción que acompaña un momento donde El Aviador hace uso de su estética de película del viejo hollywood, mientras Hughes y Hepburn extienden su cita romántica a un vuelo nocturno en avioneta por encima de Los Ángeles. El momento mágico, y tal vez el único verdaderamente romántico de la película, es acentuado por la frescura de los instrumentos utilizados en esta versión.
Cuando la película llega a su inevitable etapa oscura, mientras Howard Hughes lentamente comienza a perder la razón, su perturbación es acompañada por “Nightmare”, una inquietante rola de jazz lento que embona perfectamente con el momento y lo que se intenta expresar. Es evidente que la película cambia de tono a partir de ahí.
Y como dicen al final en Casino: that’s that.
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