Monday, October 09, 2006

EN EL AVIÓN

Tomar un avión de 11 horas puede ser una experiencia desesperante. No importa que vayas a Madrid. El trip avión-aeropuerto siempre es denso. Tienes que llegar con tres horas de anticipación, hacer fila, sentirte observado por los guardias, dejar que esculquen tus cosas, esperar por horas antes de abordar y ya dentro del avión, estar de 40 minutos a una hora sentado sin nada qué hacer.

Ir solo no ayuda, y me puse a hacer cuentas. He tomado 30 aviones en mi vida, de los cuales los últimos 13 han sido del 2003 a hoy, y todos esos más dos más han sido viajes que he hecho solo. Por eso me resulta cada vez más tedioso el prospecto de viajar en avión, pues lo asoció con soledad y tiempo muerto en el que intento todo para entretenerme: leer hasta etiquetas, dialogar conmigo mismo, viborear gente…todo eso…

Esta vez volé por Iberia, y estuvo bien, el problema es que 11 horas es más que suficiente tiempo para encontrar algo con qué malviajarte. Estar al lado de tres monjitas no es precisamente la receta del entretenimiento aéreo, pero no puedo negar que fue cool ver que las religiosas rezan en intervalos de más o menos veinte minutos, cantan cada vez que ingieren algún tipo de alimento (cocas incluidas), y al ver un reportaje sobre el fashion week de alguna ciudad europea su conversación se enfoca en la anorexia, además de decir: “que fea ropa”. Su equipaje de mano, además de galletitas, era un cuadro de San Judas Tadeo. El momento más revelador fue escuchar a una de las monjitas decir sorprendida: “No mames”: ¿Ante qué? No sé.

Es notable la cantidad de pendejadas que puede uno pensar al estar sólo en un avión y no tener absolutamente nada qué hacer. Una vez agotadas las revistas de la aerolínea (que incluían una entrevista con Maná, y sí, la leí…no han cambiado mucho en diez años, por lo visto), y de leerme una de chismes de la realeza española que alguien dejó de otro vuelo (el notición de que la princesa está embarazada tiene a todos hablando de la sucesión!!!), todo esto antes de siquiera despegar, me resigno a que me espera un largo vuelo.

Ya en el aire me pasan El Universal, y en las siguientes diez horas leería todas las palabras, avisos de ocasión incluidos, en un vano intento por entretenerme. Nunca me han dejado de parecer graciosos los anuncios “personales” de “Negro venezolano bien dotado, te hago lo que quieras, llámame”, son muy buen entretenimiento.

El deleite cinematográfico de Iberia constó de tres películas que hubiera preferido no ver, y que, de hecho, no vi del todo. No me estaba muriendo de ganas de ver “La Casa del lago”, y comprobé por qué…las otras dos películas ni vale la pena mencionarlas.

Después de unas horas, comencé a realmente desesperarme. Ir al baño a hacerme wey no ayudaba en nada, volver a leer las revistas tampoco, y yo simplemente no puedo dormir en un avión. Es ahí donde ir solo duele más, pues la gente que no se duerme ya va acompañada de alguien con quién hablar, pero de todos modos, la mayoría simplemente cierra los ojos, algunos hasta roncan. Los envidio, los envidio con ganas.

Todos sabemos que las comidas de avión son la prueba fehaciente de que para las aerolíneas, tu satisfacción es importante sólo hasta donde tu bolsillo te lo permite. Si eres de los de clase turista, te lo van a recordar. Me causa un ligero malestar ver la comida de avión. La manera pre-empaquetada en que se siente cada sabor, la forma matemáticamente perfecta en que los distintos tupperwares llenan económicamente cada rincón de la charolita en que la sirven, son para mí un recordatorio constante de en qué mundo vivimos, y qué es lo que realmente importa (Money).

Finalmente llegamos a Madrid, y podías sentir la urgencia con la que toda la tripulación quería salir de la nave. Lo más fascinante fue ver un aeropuerto gigantesco como el de Madrid absolutamente vacío a las 6 de la mañana. No había nadie excepto nosotros. Llegamos antes que los empleados. Incluso nuestras maletas tardaron media hora en aparecer en las bandas para recoger el equipaje. Hasta los de aduanas traían hueva. Nadie nos checó nada, simplemente pasamos y ya estábamos en territorio español. Fue lo mejor, un peso quitado de encima, casi compensó por el largo y tedioso recorrido a través del atlántico. And that´s that.

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