Monday, January 08, 2007

GREAT SUCCESS

BORAT, cuyo título en inglés es genial (Borat: Cultural Learnings of America for Make Benefit Glorious Nation of Kazhastan), es una película rara. No porque trate de serlo. No es rara como uno se referiría a una película de arte “normal” que es rara nomás, precisamente, porque no es normal. BORAT es rara por lo que es, y por lo que provoca en el público. No estoy seguro si BORAT es, como algunos críticos se han apresurado a decir, “una de las mejores comedias satíricas desde Dr. Strangelove”, pero sí sé que, para variar, es una película verdaderamente subversiva, tan confiada en su propia gracia que pierde el miedo de ofender. No que piense que no es ofensiva, sino que piensa que su ofensividad es perdonada por su efectividad humorística. Puedo decir sin dudarlo que es una película extraordinariamente estúpida, y al mismo tiempo, con la misma seguridad, puedo decir que es una película extraordinariamente inteligente. Qué tanto de ambas cualidades es digerida por determinada audiencia es algo que variará, siguiendo con las paradojas, invariablemente.

Cuando escuché por primera vez de BORAT, ni siquiera sabía de qué se trataba, ni de dónde venía, ni quién es Sacha Baron Cohen. Pero su inusual éxito taquillero (casi 100 millones en dos semanas) despertó mi curiosidad. Tuve la suerte de verla por primera vez en Madrid, en un cine de versión original, con una audiencia ideal, completamente consciente del tipo de película que estaba viendo, alerta al humor y comprensiva desde los burdos chistes sexuales y escatológicos hasta de los más sutiles detalles satíricos acerca de la religión, el machismo y lo políticamente correcto. Un público ideal para una película así. Mis vistas consecuentes en México me han puesto a pensar si un país en vías de desarrollo, con una audiencia honestamente poco sofisticada, está lista para algo así. Estoy hablando de varias personas saliéndose de la sala en momentos en los que otros estaban en una franca e ininterrumpida carcajada. Se podría argumentar que para todo hay gustos, pero algo me dice en mi cabecita que más bien estas personas se sentían ofendidas simplemente porque no entendían el chiste. Y eso en el mundo real no se llama tener una opinión distinta, sino no ser lo suficientemente astuto. O para este caso, informado. Pero no quiero divagar ni condenar al público mexicano que se ofende por chistes que degradan a las mujeres, los ancianos, los judíos, los gordos, los tontos, los listos y a todos los demás que se puedan incluir. Sólo quería ilustrar que a pesar de su gran éxito, BORAT es una película que, de una forma u otra, toca una llaga. Porque para chistes de doble sentido, pelados, corrientes y de pésimo gusto, ahí están todas las Scary Movies del mundo, que aquí y en Europa llenan las salas y todos salen bien contentos. Es obvio que el humor de BORAT incomoda por su franqueza y su yaciente visión oscura y muy perturbadora de lo que cómodamente todos los demás llamamos, como si estuviéramos exentos de ello, como los “ciudadanos americanos”.

En España, donde el sentimiento anti yanqui es abierto y súper “in”, las carcajadas fueron prácticamente ininterrumpidas desde el primer crédito hasta el último. Yo en lo personal, no me había reído nunca así en un cine. Acá en Monterrey, donde los gringos son más imitados que criticados, la cosa fue diferente. Sin embargo, ni los españoles ni los mexicanos somos tan lejanos de la realidad gringa como quisiéramos pretender. La verdad, Borat no sería ni tan graciosa ni tan incómoda para unos y otros si no nos sintiéramos al menos un poco identificados con ese americano promedio. Después de todo, por algo se le conoce como “el Imperio”. Su ideología, su perspectiva, su idioma incluso, es algo que todos o conocemos o practicamos, unos más que otros. BORAT, el personaje, viene de Kazajstán, un país real del que casi nadie sabe nada, a pesar de ser el noveno más grande del mundo. Quién sabe si la gente se ríe de lo absurdo de lo que la película retrata como Kazajstán, o de la ingenuidad de creer que así es y pensar que lo chistoso es ver como dos culturas distintas chocan. Supongo que es una combinación de las dos cosas. Y no sólo eso. Uno de los detalles más geniales de BORAT, es que su humor antisemita no sólo es elaborado por un judío, sino que mientras todo el tiempo creemos que el personaje central está hablando en kasajo, en realidad está hablando en hebreo. No sólo no sabemos nada de Kazajstán, sino que el “americano”, o para este caso, “la persona occidental” promedio tampoco sabe demasiado de judaísmo. Podrían estar hablando ruso y tampoco sabríamos distinguir la diferencia. El pueblo de Kuscek, de donde viene Borat, no es Kazajstán sino Rumania, y tampoco estamos capacitados para distinguir las diferencias. Nuestra ignorancia es graciosa, pero no lo sería si no fuera por el empeño moderno de hacer chiquito el mundo y encapsularlo en estereotipos que no tienen nada que ver con la realidad. Por eso y por este nuevo fenómeno hilarante de la modernidad de ser “políticamente correcto” y respetar a todos, es que los incautos que Borat encuentra en la calle prefieren guardar silencio ante sus extravagancias que reaccionar con la incredulidad que sería mucho más razonable. Es sólo hasta que Borat se pasa de la raya y llega a situaciones abusivas que algunos, repito, algunos, muestran el enojo.

Y cuando este enojo aflora, es bastante perturbador. Todo el racismo, clasismo y chauvinismo del americano común, con su miedo al otro y su constante paranoia global, explota. Escenas simples como la de los neoyorquinos que ni siquiera permiten que Borat se les acerque sin soltarle alguna amenaza ultra violenta, pasando por el viejo del rodeo que le aconseja rasurarse el bigote para que parezca italiano en vez de un “maldito musulmán”, hasta la caída de la careta de las damas de sociedad que le permiten hasta que lleve su mierda en una bolsa de plástico a la mesa, pero se malviajan cuando les presenta a su invitada, una prostituta gorda y negra, dejan entrever una psique occidental, más que simplemente americana, que maneja una constante doble moral. Nadie se salva de la crítica feroz de Baron Cohen. Las feministas, tal vez uno de los símbolos modernos más “civiles” quedan paradas como una bola de viejas presuntuosas incapaces de ejercer la tolerancia que, idealmente, no tendrían problema en manejar. Los universitarios de la casa cámper, ya alcoholizados, no sólo dejan claro que a las feministas les queda mucho trabajo por hacer en cuanto a concientización de respeto hacia las mujeres, sino que en ese caso, también a los de los derechos civiles de las minorías y de los homosexuales.

Y si cualquiera de esas instancias fuera poca cosa, la escena del rodeo con Borat cantando el himno nacional gringo con letra kasaja, es tan demencialmente subversiva que raya en la anarquía pura. Para ese momento, le tenemos tanto miedo a Borat por su tendencia a meter la pata como a sus “víctimas” por su mentalidad reaccionaria.

La ironía más grande de BORAT, y la más clara, es que se trata de un reportero de un país “atrasado” que va a Estados Unidos y no encuentra demasiadas diferencias substanciales. Tan racistas como él, tan machistas, tan inconscientes. La estética de documental falso que la cinta plantea logra el cometido de convertirse en invisible. Llega un punto en el que ya no importa qué escena es completamente real y qué escena fue hecha con un guión. Hasta donde yo sé, hay una combinación de ambas, y no han sido pocos los miembros del “elenco” que han entablado demandas contra la Fox y Baron Cohen por “burlarse de ellos”, incluyendo a la gente del pueblo rumano donde inicia la cinta. Pero nadie ha ganado, en gran medida porque a todos se les pagó bastante bien y se les hizo firmar un contrato. Personalmente, yo no tomaría demasiado en serio a ninguna de estas personas. Si eres lo suficientemente torpe como para de hecho creer que a un hombre adulto hay que enseñarle a limpiarse el trasero, te mereces que se burlen de ti a nivel mundial.

No se si BORAT está al nivel de Dr. Strangelove. Para mí esas son palabras mayores. Estamos hablando de una película hecha en los 50’s que todavía se siente vigente. El tiempo será el juez de semejante afirmación, pero sí estoy seguro de dos cosas: nunca me reí tanto en un cine, y hace muchos años, tal vez demasiados, que una comedia no se atrevía a tan abiertamente reflejarnos a todos en el espejo de la locura que representa lo que creemos que somos. Y al menos por eso, hay que aplaudirle.

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