Wednesday, January 17, 2007

NO TICKEY...

So...los censores chinos, siempre caracterizados por su mente abierta y soltura social, han decidido no aprovar que LOS INFILTRADOS pase por sus cines porque dentro de la trama de la película, se menciona brevemente que los chinos quieren comprar tecnología de hardware avanzada de los Estados Unidos. "Esa parte de la trama es completamente innecesaria", dice una fuente del gobierno chino, "(los censores) simplemente no comprenden por qué la cinta involucra a China. Pueden hablar de Iran e Irak si quieren, pero no hay por qué involucrar a China".
Tengo entendido que la paranoia china ha disminuido con los años. Solía ser algo verdaderamente terrible, pero esto es bastante idiota, ¿no? Sobre todo tomando en cuenta que, con toda seguridad, por aproximadamente veinte pesos, cualquier chino que quiera ver INFILTRADOS lo puede hacer comprándola pirata en la calle. Supongo que es una manera más del gobierno chino de joder con la economia gringa.

LOVE ME TWO TIMES


Las posibilidades del arte son infinitas. Tan grandes como las personas quieran que sean. Esa inspiradora idea está detrás de una película próxima a estrenarse en sundance llamada ZOO. Es un documental que toma como punto de partida la muerte de un hombre en Estados Unidos que murió el año pasado a causa de...bueno...se lo cogió un caballo.


Y no fue un accidente. La zoofilia no es nada nuevo, pero nunca deja de ser impactante cuando te enteras que a un tipo le rompe el recto un equino, y que no estaba solo, pues había gente con él, otros aficionados a las mismas actividades cuando sucedió. El documental, que se está dando a conocer como "the horse fucking movie", aspira, supongo, a ser más que simple explotación. Uno de sus puntos clave, tengo entendido, es que hay lugares en Estados Unidos donde el sexo con animales todavía es legal. Habrá que ver de qué se trata y si logra traspasar los límites del humor al que su tema se presta. Por lo pronto, para ir tomándolo en serio (o tal vez no) una pequeña muestra de lo que la gente que coge con caballos pasa. Advierto de antemano que esto es bastante fuerte, la mayoría que lo vea deseará no haberlo hecho.

Monday, January 08, 2007

GREAT SUCCESS

BORAT, cuyo título en inglés es genial (Borat: Cultural Learnings of America for Make Benefit Glorious Nation of Kazhastan), es una película rara. No porque trate de serlo. No es rara como uno se referiría a una película de arte “normal” que es rara nomás, precisamente, porque no es normal. BORAT es rara por lo que es, y por lo que provoca en el público. No estoy seguro si BORAT es, como algunos críticos se han apresurado a decir, “una de las mejores comedias satíricas desde Dr. Strangelove”, pero sí sé que, para variar, es una película verdaderamente subversiva, tan confiada en su propia gracia que pierde el miedo de ofender. No que piense que no es ofensiva, sino que piensa que su ofensividad es perdonada por su efectividad humorística. Puedo decir sin dudarlo que es una película extraordinariamente estúpida, y al mismo tiempo, con la misma seguridad, puedo decir que es una película extraordinariamente inteligente. Qué tanto de ambas cualidades es digerida por determinada audiencia es algo que variará, siguiendo con las paradojas, invariablemente.

Cuando escuché por primera vez de BORAT, ni siquiera sabía de qué se trataba, ni de dónde venía, ni quién es Sacha Baron Cohen. Pero su inusual éxito taquillero (casi 100 millones en dos semanas) despertó mi curiosidad. Tuve la suerte de verla por primera vez en Madrid, en un cine de versión original, con una audiencia ideal, completamente consciente del tipo de película que estaba viendo, alerta al humor y comprensiva desde los burdos chistes sexuales y escatológicos hasta de los más sutiles detalles satíricos acerca de la religión, el machismo y lo políticamente correcto. Un público ideal para una película así. Mis vistas consecuentes en México me han puesto a pensar si un país en vías de desarrollo, con una audiencia honestamente poco sofisticada, está lista para algo así. Estoy hablando de varias personas saliéndose de la sala en momentos en los que otros estaban en una franca e ininterrumpida carcajada. Se podría argumentar que para todo hay gustos, pero algo me dice en mi cabecita que más bien estas personas se sentían ofendidas simplemente porque no entendían el chiste. Y eso en el mundo real no se llama tener una opinión distinta, sino no ser lo suficientemente astuto. O para este caso, informado. Pero no quiero divagar ni condenar al público mexicano que se ofende por chistes que degradan a las mujeres, los ancianos, los judíos, los gordos, los tontos, los listos y a todos los demás que se puedan incluir. Sólo quería ilustrar que a pesar de su gran éxito, BORAT es una película que, de una forma u otra, toca una llaga. Porque para chistes de doble sentido, pelados, corrientes y de pésimo gusto, ahí están todas las Scary Movies del mundo, que aquí y en Europa llenan las salas y todos salen bien contentos. Es obvio que el humor de BORAT incomoda por su franqueza y su yaciente visión oscura y muy perturbadora de lo que cómodamente todos los demás llamamos, como si estuviéramos exentos de ello, como los “ciudadanos americanos”.

En España, donde el sentimiento anti yanqui es abierto y súper “in”, las carcajadas fueron prácticamente ininterrumpidas desde el primer crédito hasta el último. Yo en lo personal, no me había reído nunca así en un cine. Acá en Monterrey, donde los gringos son más imitados que criticados, la cosa fue diferente. Sin embargo, ni los españoles ni los mexicanos somos tan lejanos de la realidad gringa como quisiéramos pretender. La verdad, Borat no sería ni tan graciosa ni tan incómoda para unos y otros si no nos sintiéramos al menos un poco identificados con ese americano promedio. Después de todo, por algo se le conoce como “el Imperio”. Su ideología, su perspectiva, su idioma incluso, es algo que todos o conocemos o practicamos, unos más que otros. BORAT, el personaje, viene de Kazajstán, un país real del que casi nadie sabe nada, a pesar de ser el noveno más grande del mundo. Quién sabe si la gente se ríe de lo absurdo de lo que la película retrata como Kazajstán, o de la ingenuidad de creer que así es y pensar que lo chistoso es ver como dos culturas distintas chocan. Supongo que es una combinación de las dos cosas. Y no sólo eso. Uno de los detalles más geniales de BORAT, es que su humor antisemita no sólo es elaborado por un judío, sino que mientras todo el tiempo creemos que el personaje central está hablando en kasajo, en realidad está hablando en hebreo. No sólo no sabemos nada de Kazajstán, sino que el “americano”, o para este caso, “la persona occidental” promedio tampoco sabe demasiado de judaísmo. Podrían estar hablando ruso y tampoco sabríamos distinguir la diferencia. El pueblo de Kuscek, de donde viene Borat, no es Kazajstán sino Rumania, y tampoco estamos capacitados para distinguir las diferencias. Nuestra ignorancia es graciosa, pero no lo sería si no fuera por el empeño moderno de hacer chiquito el mundo y encapsularlo en estereotipos que no tienen nada que ver con la realidad. Por eso y por este nuevo fenómeno hilarante de la modernidad de ser “políticamente correcto” y respetar a todos, es que los incautos que Borat encuentra en la calle prefieren guardar silencio ante sus extravagancias que reaccionar con la incredulidad que sería mucho más razonable. Es sólo hasta que Borat se pasa de la raya y llega a situaciones abusivas que algunos, repito, algunos, muestran el enojo.

Y cuando este enojo aflora, es bastante perturbador. Todo el racismo, clasismo y chauvinismo del americano común, con su miedo al otro y su constante paranoia global, explota. Escenas simples como la de los neoyorquinos que ni siquiera permiten que Borat se les acerque sin soltarle alguna amenaza ultra violenta, pasando por el viejo del rodeo que le aconseja rasurarse el bigote para que parezca italiano en vez de un “maldito musulmán”, hasta la caída de la careta de las damas de sociedad que le permiten hasta que lleve su mierda en una bolsa de plástico a la mesa, pero se malviajan cuando les presenta a su invitada, una prostituta gorda y negra, dejan entrever una psique occidental, más que simplemente americana, que maneja una constante doble moral. Nadie se salva de la crítica feroz de Baron Cohen. Las feministas, tal vez uno de los símbolos modernos más “civiles” quedan paradas como una bola de viejas presuntuosas incapaces de ejercer la tolerancia que, idealmente, no tendrían problema en manejar. Los universitarios de la casa cámper, ya alcoholizados, no sólo dejan claro que a las feministas les queda mucho trabajo por hacer en cuanto a concientización de respeto hacia las mujeres, sino que en ese caso, también a los de los derechos civiles de las minorías y de los homosexuales.

Y si cualquiera de esas instancias fuera poca cosa, la escena del rodeo con Borat cantando el himno nacional gringo con letra kasaja, es tan demencialmente subversiva que raya en la anarquía pura. Para ese momento, le tenemos tanto miedo a Borat por su tendencia a meter la pata como a sus “víctimas” por su mentalidad reaccionaria.

La ironía más grande de BORAT, y la más clara, es que se trata de un reportero de un país “atrasado” que va a Estados Unidos y no encuentra demasiadas diferencias substanciales. Tan racistas como él, tan machistas, tan inconscientes. La estética de documental falso que la cinta plantea logra el cometido de convertirse en invisible. Llega un punto en el que ya no importa qué escena es completamente real y qué escena fue hecha con un guión. Hasta donde yo sé, hay una combinación de ambas, y no han sido pocos los miembros del “elenco” que han entablado demandas contra la Fox y Baron Cohen por “burlarse de ellos”, incluyendo a la gente del pueblo rumano donde inicia la cinta. Pero nadie ha ganado, en gran medida porque a todos se les pagó bastante bien y se les hizo firmar un contrato. Personalmente, yo no tomaría demasiado en serio a ninguna de estas personas. Si eres lo suficientemente torpe como para de hecho creer que a un hombre adulto hay que enseñarle a limpiarse el trasero, te mereces que se burlen de ti a nivel mundial.

No se si BORAT está al nivel de Dr. Strangelove. Para mí esas son palabras mayores. Estamos hablando de una película hecha en los 50’s que todavía se siente vigente. El tiempo será el juez de semejante afirmación, pero sí estoy seguro de dos cosas: nunca me reí tanto en un cine, y hace muchos años, tal vez demasiados, que una comedia no se atrevía a tan abiertamente reflejarnos a todos en el espejo de la locura que representa lo que creemos que somos. Y al menos por eso, hay que aplaudirle.

DJ SCORSESE

Hacia los años sesenta, la costumbre de utilizar canciones pop y rock exitosas no estaba muy arraigada en el cine. La onda era crear canciones originales explícitamente para las películas, con la intención de hacer un disco soundtrack que acompañara la cinta y se vendiera bien. Hacer el soundtrack de una película exclusivamente de música ya existente no fue algo que comenzó sino hasta Kubrick y 2001, al menos en el cine industrial. Sin embargo, fue Martin Scorsese el que popularizó esta técnica que con el paso de los años se convertiría en recurso casi obligado de los cineastas del mundo. Y también sigue siendo el mejor en hacerlo, como cualquiera que haya visto The Departed lo puede comprobar. Su uso the “Comfortably Numb” de The Band y “Gimme Shelter” de los Rolling Stones en esa película es bastante acertado, por decir lo menos. Su editora de siempre, Thelma Schoonmaker, ha dicho en varias ocasiones que Scorsese tiene algo así como una memoria fotográfica pero en sonido, y que es capaz de recordar básicamente cualquier pieza musical que haya escuchado, su nombre, su interprete, y dónde la escuchó. Información que almacena en su cabeza y que a veces, años después, a la hora de escribir un guión o editar una película, le surge como una buena opción para tal o cual momento. Y aquí hay una lista de los que yo considero mis momentos favoritos musicalmente hablando, del cine de Scorsese.

Mean Streets (1972)
Su primer película, Boxcar Bertha, tiene muy poco que ver con el Scorsese que vino después. Cuando la terminó, tras mostrársela a John Cassavettes (su mentor y amigo) éste le dijo sin chistar: “acabas de desperdiciar un año de tu vida haciendo un pedazo de mierda”. Scorsese tomó nota, y dedicó todos sus esfuerzos a realizar entonces un trabajo más personal: “Who’s that Knocking at My Door?”. Como sólo la he visto una vez, no recuerdo bien momentos musicales que me hayan gustado, pero sí recuerdo de su primera obra maestra, Mean Streets, que comienza con un texto clásicamente Scorsesiano sobre la penitencia de la culpa en las calles, y la película inicia con el boom de la rola “Be my Baby” de The Ronettes. Cualquiera que haya visto la película una sola vez recuerda la canción, pues es una unión extraña pero efectiva de rock and roll y créditos iniciales.
Raging Bull (1980)
Los soundtracks de Taxi Driver y Alicia ya no Vive Aquí tienen su partitura original, pero en Raging Bull, película que Scorsese realizó tras una fuerte crisis de salud que casi lo mata, según sus palabras, puso “todo lo que sabía de cine”. El resultado es una de las grandes películas de la historia, y en ella, decenas de hits de los 40’s y 50’s poblaron la vida de los personajes. Sin embargo, es su uso del Intermezzo de la Cavalleria Rusticana de Mascagni, tanto en los créditos iniciales como en una larga toma a la mitad de la película, el que quedó para la historia. El protagonista Jake la Motta, en la cúspide de su carrera como boxeador, se prepara para salir al ring, y la cámara lo sigue sin cortar desde su cuarto de entrenamiento, pasando por los pasillos de la arena, a las gradas, hasta que se sube al cuadrilátero, dándole al momento el peso emocional y casi celestial que tiene para el personaje, tal vez el único momento de total felicidad que se le permite en toda la película.
GoodFellas (1990)
No tengo clara en la memoria After Hours, su película casi independiente de 1986, pero sé que ni King of Comedy ni La Última Tentación de Cristo, con sus partituras originales, incumben en este recuento. GoodFellas, otra de sus obras maestras, un ejercicio completo de virtuosismo cinematográfico, tiene muchos momentos musicalmente extraordinarios. La cinta cuenta con casi cien tracks de los 60’s, 70’s y 80’s, y muchos de ellos son usados de formas increíbles.

Desde la primera escena, en la que el protagonista Henry Hill dice su línea introductoria (“desde que tengo memoria, siempre quise ser un gangster”) e inicia “Rags to Riches” de Tony Bennet, la película se inyecta de una energía exorbitante que nunca para, y la canción sirve también para expresar el sentimiento nostálgico que tiene su narración, como de estar viendo hacia atrás a una época de reyes.

Luego viene “Then He Kissed Me” de The Crystals, utilizada en la hoy icónica toma conocida como “the Copa shot”, ese momento genial en el que con el uso de un steadicam (una invención nueva en la época), la cámara sigue a Henry y su novia mientras bajan de su auto, entran al Copacabana por la puerta de servicio, pasan por la cocina, y terminan en el salón en una mesa privada frente al comediante en turno. La escena, perfectamente orquestada y realizada, enfatiza el punto de vista de Karen, la mujer que acompañará a Hill por el resto de la película, mientras literalmente “entra” en su mundo, y la canción resalta la sensación de glamour y romance que para ella representaba entrar en él.

Cuando más tarde en la pelicula, Henry deja de vivir el idílico romance con su esposa y se distrae con una y otra novia, la secuencia en la que esto se ilustra va acompañada de “Pretend you Don’t See Her”, interpretada por Jerry Vale, poniendo en primer plano los sentimientos verdaderos de Henry hacia Karen, a pesar de sus acciones. Es un momento muy bello y sutil en medio de una cinta mayormente violenta.
Hay un momento a la mitad en el que Jimmy Conway (Robert DeNiro) el frío y calculador gangster, sin decir una sola palabra, decide que es hora de eliminar al autor intelectual del gran robo, Morrie. El momento exacto no tiene diálogos, simplemente Jimmy lo observa desde la barra del bar y del silencio surge "Sunshine of Your Love" de Cream, y la cámara se acerca a él lentamente mientras fuma un cigarro. La expresión de su rostro con la música es suficiente para dar a entender lo que viene, y es en mi opinión uno de los pedazos de actuación más logrados de la carrera de Robert DeNiro. Como dicen, sus ojos siempre han sido su arma secreta.
“Layla” de Eric Clapton, es una de las rolas usadas más radicalmente. Una vez que se ha visto la película, no se puede volver a escucharla sin pensar en la secuencia en la que uno a uno, van apareciendo los cadáveres de los gangsters que participaron en el robo de Lufthansa, ya sea en un cadillac rosa, o dentro de un camión de carnicería.

Y nada como la toma final, con Henry Hill refiriéndose a la vida típica del ciudadano americano, con su casa de rejas blancas y su periódico por las mañanas como “vivir como un imbécil” mientras el soundtrack suena con una versión del clásico de Sinatra “My Way”, interpretado por Sid Vicious.
Casino (1995)
Casino es básicamente GoodFellas a la décima potencia. Todo es más, más, más. La filosofía era que una película sobre excesos tenía que ser excesiva. Exceso de puntos de vista, exceso de luces, exceso de drogas, exceso de música. Y no me extrañaría que la película tuviera más de cien canciones en el soundtrack. Es difícil elegir, pero hay varios que sobresalen.

En primera instancia, uno de mis momentos favoritos del cine. Sharon Stone, en su papel de Ginger, la puta que enamora a Robert De Niro, ha sido cachada con las manos en la masa robándole a su amante en turno, y para salir del problema, tira las fichas del casino por todos lados, provocando un caos, todo esto mientras es observada por Sam (Robert De Niro) al ritmo de “Slippin and Slidin”, de Little Richard. Cuando Sam se acerca, sus miradas se cruzan, el cuadro con Ginger se congela, la canción es abruptamente interrumpida y comienza “Love is Strange”, por Mickey y Sylvia, dejando en claro en solo un segundo que Sam se ha enamorado de ella para siempre, y que a partir de ahí, la película se va a centrar en gran medida en su relación.

Jeff Beck y Rod Stewart (cuando aun rockeaba) interpretan “I ain’t superstitious”, tremenda rola prendida, en una secuencia genial en la que Sam observa lentamente como dos tramposos intentan robarle al casino por medio de claves transmitidas por aparatitos escondidos entre sus ropas. La música sube de volumen y es por medio de los movimientos de cámara que el sentir de Sam y la mecánica de la tranza se ilustra, mientras la intensidad de la secuencia sube con el sonido de la música.
Casi al final, cuando las piezas del dominó comienzan a caer y los personajes encuentran sus casi siempre trágicos destinos, suena “House of the Rising Sun”, interpretada por Eric Burdon, que acompaña la secuencia hasta el terrible momento en que Nicky Santoro, el enano desquiciado que hace Joe Pesci, recibe su merecido en un momento ultra violento incluso para los estándares de Scorsese.

Casino tiene muchos otros momentos musicales chingones, y la película en general, que en su momento fue recibida tibiamente por la crítica, ha ganado estatura con los años y seguramente lo seguirá haciendo en el futuro, por la simple razón que es una súper película que, en mi opinión, mejor que ninguna otra, ilustra las capacidades completas de Scorsese como cineasta.
El Aviador (2004)
Lo mismo seguramente sucederá con El Aviador (The Aviator), que por lo menos desde mi perspectiva es mejor y más compleja que Los Infiltrados (The Departed). Esta suerte de versión Scorsesiana de Citizen Kane sufrió en su estreno de lucir demasiado bien, y de disfrazarse demasiado bien de película biográfica estándar, aunque debajo de su cubierta pastel yace una dura condena del capitalismo occidental contemporáneo y un estudio de personaje excelentemente ilustrado.

El Aviador contó con una partitura original compuesta por Howard Shore y con un soundtrack de hits de los 20’s, 30’s y 40’s, que ayudan a crear algunos de sus momentos más logrados. El primero viene con una versión contemporánea de “I’ll build a stairway to Paradise”, interpretada por Rufus Sewell, que Scorsese usa en una de las primeras escenas de Howard Hughes echando la fiesta en el club Copacabana de Hollywood. La escena, en la que el personaje primero le pide a Louis B. Meyer cámaras prestadas para terminar su película Hell’s Angels (y que le son negadas con burla), y en la que luego le exige a su agente de prensa que se las consiga “robadas si es necesario”, cuenta con la canción cuyo título se explica solo para reforzar el retrato de Hughes como un ser ambicioso e imparable ante cualquier obstáculo.

Uno de los momentos más cool de El Aviador, llega en otra escena en el Copacabana y que siempre que la vi en el cine obtuvo gran respuesta del público. Hughes y Katherine Hepburn cenan en el club mientras la orquesta toca y la gente baila. Scorsese ha expresado su admiración por el cine de Fellini, una de sus grandes influencias, y particularmente de su capacidad para ser juguetón, como por ejemplo, en I Vitelloni, donde en un momento determinado, mientras los personajes platican en la calle, la película se detiene para que uno de ellos comience a bailar mambo. Aquí, sucede algo parecido cuando, sin ninguna motivación narrativa, la escena es interrumpida para que la orquesta cante el coro de la rola en turno, “Happy Feet”, con una toma de los cantantes sonriendo que siempre hizo reír a la audiencia con la que me tocó ver la película. Habría que verla para entender lo chido que está ese momento.

“Moonglow”, de Glen Miller, es la canción que acompaña un momento donde El Aviador hace uso de su estética de película del viejo hollywood, mientras Hughes y Hepburn extienden su cita romántica a un vuelo nocturno en avioneta por encima de Los Ángeles. El momento mágico, y tal vez el único verdaderamente romántico de la película, es acentuado por la frescura de los instrumentos utilizados en esta versión.

Cuando la película llega a su inevitable etapa oscura, mientras Howard Hughes lentamente comienza a perder la razón, su perturbación es acompañada por “Nightmare”, una inquietante rola de jazz lento que embona perfectamente con el momento y lo que se intenta expresar. Es evidente que la película cambia de tono a partir de ahí.

Y como dicen al final en Casino: that’s that.